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Mi primer Cotopaxi, hasta que ese algún día sucedió.
Escribo esto tres meses después. Hay sucesos que toman su tiempo.
Cuando empecé con media montaña en 2019, sabía que algún día llegaría al Cotopaxi, pero siendo honesta, en ese momento lo veía imposible. Si es por aclimatación, lo puedes lograr en cinco semanas, pero lo mío no era solo llegar a la cumbre; lo mío era la confianza en mi misma y ver hasta dónde podía llegar, aunque lo hiciera con miedo.
En 2024 me sentía imparable en mis propios términos. En julio ascendimos con mis amigos de Mountain Urku al Tungurahua. Era mi segundo intento en ese hermoso volcán, lo logramos y pasaron cosas. Mientras bajábamos el arenal para volver al refugio, supe que ya quería hacer mi primera alta montaña.
La persona en la que más confío para preguntarle sobre montañismo y escalada es mi primo/hermano Jeroen. Cuando él regresó a Ecuador, había pasado por algo delicado en la montaña y no sabía en qué condiciones lo iba a encontrar, pero no perdía nada en preguntarle. Un día fuimos a escalar (supongo que era septiembre u octubre), y le conté que ya me sentía lista para mi primera alta montaña. Con todo el cariño del mundo me dijo: “Vamos”. Me llevó a la escuelita del glaciar del Cayambe y nos tocó un clima… horrible. Podría haber sido peor, pero igual lo disfrutamos.
Pasaron unos días y mi primito me dijo: “Hay que ponerle fecha a tu nevado”. Yo, humildemente pero ilusionada a mil por hora, le dije que cuando él pudiera, aunque me encantaría que fuera el fin de semana de mi cumpleaños. (Dato: es la persona más organizada que conozco, y encima estaba con la tesis de su doctorado sobre andinismo ecuatoriano, así que tenía la agenda a tope). Me dijo que revisaría fechas. Total, llegó noviembre y me dio una: mediados de diciembre, unos días después de mi cumpleaños. No me quitaba la ilusión porque sería una de mis primeras montañas con un nuevo número biológico y con su guianza, qué privilegio!
Llegó diciembre. Empecé a sentir un tipo de miedo raro cuando me dijo que iríamos el Cayambe. En ese entonces aún estaba cerrado para andinistas libres; solo podías hacer cumbre con guías certificados. Así que me dijo que intentemos en el Coto. Para esto, ya se animó la Andre (otra crack en la montaña) y un amigo de ellos, los tres vienen del Club de Andinismo de la poli.
Pasaron como tres días y ya teníamos los permisos. No podía parar de reírme por nervios y emoción cada vez que le contaba a mi hermano menor y a mis padres. La risa nerviosa pero cool. Esos días vi tantos documentales que estaba súper inspirada, pero el miedo seguía presente. No miedo de que algo nos pasara, sino de no lograrlo y defraudarme a mí misma.
Llegó el gran día: 14 de diciembre de 2024. Finalmente fuimos tres: Jeroen, Andre y yo; su amigo se enfermó. Apenas llegamos al regufio el clima me dio mucha desconfianza, llovía, estaba nublado, como si la montaña dijera “hoy no es el día”. Pero la montaña puede sorprenderte y regalarte las experiencias más hermosos de tu vida. Solo me ha llovido dos veces en la montaña, por eso siempre digo que cuando yo voy no llueve.
Pasaron las horas, a las 12 de la noche salimos del refugio de La Rinconada y todo estaba despejado. Cuando digo todo, es TODO. Veíamos al Coto en su grandeza, las estrellas, la luna llena completita, el coqueto Antisana al frente… un paisaje que queda guardado en mi alma y no tengo ni una foto.
Me dio sed mientras subíamos el pequeño arenal del Coto, raro pero no raro. Descansamos un rato en el refugio José Rivas para ponernos todo lo necesario para el gran ascenso. Entramos a la nieve y, como si jamás hubiera hecho montaña, empecé a marearme (pésimo síntoma en la montaña; incluso puedes morirte). Afortunadamente, pasaron tres minutos y se me pasó, sino habríamos tenido que regresar. Luego me dio un sueño que jamás en la vida había sentido, así que mi primo y su novia conversaban para mantenerme despierta. Para esto, estábamos encordados y pasando por un precipicio; si yo me caía, me los llevaba conmigo, no era opción pisar mal. Yo ya caminaba en automático, pero seguí guerreándola con su compañía y buena onda.
Las horas pasaban y yo iba demasiado lento. Teníamos como límite caminar hasta las 7:30 a.m., pero parecía que sí lo íbamos a lograr… a mi paso, claro. El paisaje era mágico en cada paso y acompañados de la luz de la luna, nieve en un estado increíble, las nubes, los colores el amancer; dicen que fue el mejor dia de la temporada.
En un momento, hice una pregunta rara al Jero: “Oye, ¿y si yo les espero por aquí?”. Mi primo respondió: “Eso no hacemos aquí, vamos viendo, ¿sí?”. La Andre agregó: “Mira cuánto has avanzado, nos falta poco”. En efecto, nos faltaba poquísimo: estábamos a unos 200 metros de la cumbre, pero mi mente quería jugar.
Cada vez más cerca, empezaban a bajar las primeras personas. Yo me sentía mejor, aunque agotada. A 10 metros de la cumbre, aún no sé cómo explicarlo, pero lo intento: llegamos a las 6:30 a.m a la cumbre donde ves absolutamente todo. El cansancio desapareció, la gratitud y la satisfacción siempre serán infinitas. ¡Obvio que hubo la lloradita correspondiente y abrazos con estos dos cracks!
Empezamos el descenso tipo 7 a.m. y a las 9 ya estábamos abajo. ¡Qué rápida la bajada! Y eso que ahí sí hice fotos!.
Durante todo el camino, recibí palabras de aliento, paciencia, cariño y sabiduría de la bonita. Siempre estaré eternamente agradecida con el Jero, la Andre y el majestuoso Cotopaxi.
Ha sido una de las experiencias más increíbles que mis sentidos han podido percibir. El amanecer fue maravilloso. Ni siquiera usamos linternas por la luz. En un momento, la luna se hizo amarilla… Gracias Coto por tratarnos con tanto amor.
Algunas cosas extra:
- Como fotógrafa, habría amado hacer fotos del ascenso, pero es más importante la seguridad de todos, y más aún cuando eres una novata en alta montaña como es mi caso. Así que disfruté de las fotos a la bajada.
- De la montaña he aprendido que los límites y miedos solo están en la mente.
- La montaña no se mueve, todo a su tiempo. Y yo no tenía prisa. Fun fact: siempre que voy a la montaña digo “veamos hasta dónde llego”. Solo una vez no he hecho cumbre.
- En la montaña, la humildad y el compañerismo son extremadamente importantes.
- Entre 2019 y 2024, he tenido periodos en los que he estado mucho más fuerte físicamente, pero dejaba de hacer montaña porque mentalmente sabía que no era el momento.
- Tengo demasiado por aprender en el aspecto técnico de la montaña, es infinito este maravillos mundo.
Algún día volveré al Coto, con su permiso y la calidez con la que me recibió la primera vez. Y que no sea la última, por favor.
Verónica Lombeida
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Ecuador
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