
Una forma de migración interna forzada que no implica cruzar fronteras, pero sí líneas invisibles de exclusión, represión y desarraigo. En Socio Vivienda II, un barrio periférico de Guayaquil, familias afroecuatorianas se ven obligadas a abandonar sus hogares como consecuencia directa de la violencia sistémica que enfrentan.
Desde que Ecuador fue declarado en “conflicto armado interno” en 2024 y sometido a un proceso de militarización a nivel nacional, las incursiones violentas del ejército en barrios empobrecidos se han vuelto parte del cotidiano. En todas las familias retratadas, al menos un integrante ha sido detenido de manera arbitraria por fuerzas militares, sin orden judicial ni pruebas, en operativos marcados por el uso excesivo de la fuerza. Las casas son allanadas sin previo aviso, y sus habitantes, muchas veces menores de edad, son golpeados, humillados o desaparecidos. En este contexto, las personas no solo son secuestradas por bandas del crimen organizado: también desaparecen a manos del Estado. Se configura así un estado de sitio no declarado, que recae de forma desproporcionada sobre cuerpos racializados y territorios históricamente marginados.
A este contexto se suma la precariedad económica que impide reubicarse como unidad familiar. Las familias se fragmentan: los hijos se dispersan entre múltiples hogares, las madres quedan solas, los vínculos se tensan. La casa, más que un espacio físico, se convierte en una evidencia del abandono social.
Una cartografía emocional del exilio interno, donde el derecho a un hogar, a la vida dignidad sigue siendo una deuda pendiente.
En medio del caos, en 2020 nace la Batukada Popular, una expresión colectiva de resistencia y esperanza. Para las y los adolescentes de sectores populares, este espacio se convierte en un refugio seguro y pacífico, donde el ruido no significa violencia, sino ritmo, presencia y dignidad. A través del tambor, manifiestan su derecho a ser escuchados, a expresar su rabia y su alegría, a reclamar una vida sin miedo. La batukada no solo rompe el silencio del abandono estatal, sino que también marca el pulso de una comunidad que, pese a la fragmentación, sigue.
Verónica Lombeida
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Ecuador
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